Esa noche de primavera se
había vuelto peligrosa por dos corazones que vagueaban por un mundo prohibido,
un mundo donde se les estaba prohíbo entrar.
Alan se encontraba en su
habitación, solo, con los ojos cerrados por temor a que si los abría viera la
linda figura de su hermana y no poder controlar el deseo que lo domina, que lo
manipula. Estirado en su cama, sólo quería desaparecer, se sentía un monstruo,
sucio, se encontraba perdido ¿Desde cuándo se había vuelto así? No se
reconocía, quería poseerla. Él mismo se avergonzaba de los pensamientos que se
le pasaban por la cabeza. En esa habitación se encontraba un chico sediento de
deseo para hacer suya una mujer prohibida para él.
Una linda y tierna figura
se iba moviendo con agilidad por las diferentes partes de la casa, observando
cuidadosamente cada una ellas, en busca de su tesoro más preciado , no entendía
como había podido ser tan despistada, Emily se encontraba desesperada delante
de esa situación, ese colgante que tanto ama ahora perdido, podría estar en
cualquier lugar, tenía hambre, hacía ya tiempo que estaba saqueando la casa,
buscando por todos los lugares, incluso los más remotos, se paró de repente y
su mirada se dirigió a la puerta de la habitación de su hermano, por unos
instantes pensó en la posibilidad de que se encontrara allí, pero
inmediatamente se lo negó, continuó en busca de aquel pequeño y frágil tesoro.
Se quedó dormido, su pelo
rubio estaba despeinado, miró el reloj, ya era muy tarde su hermana ya estaría
dormida, era seguro levantarse mientras no se acercara a su habitación. Bajo
las escaleras silenciosamente para no despertar la pequeña bella durmiente que
seguramente ahora se encontraba en el mundo de los sueños, dónde no había
peligro que existiera. Alan sé quedó sorprendido al ver que su hermana se
encontraba en el comedor, estaba dormida, que hermosa, pensó, y una sonrisa
traviesa se escapó de sus labios, el impulso de besarla recorrió todo su
cuerpo, se mordió el labio pensando en cómo de dulce pero a la vez venenoso
seria saborear la exquisitez de su hermana. Impureza, suciedad, pecado,
asquerosidad, esas eran las palabras que se le pasaban por la cabeza al volver
a la realidad, esa pequeña e inocente dama le había vuelto así de repugnante,
caído y encerrado en esa prisión, era un prisionero condenado a vivir con ese
dolor incurable y cruel por el resto de su vida, esos deseos y esos impulsos
nunca desaparecerán de su mente, eso lo convertía en un ser vulgar, que no tenía
ni la categoría de persona.
Se acercó lentamente
hacia su hermana, se quedó observándola, el rostro de ella estaba lleno de
ingenuidad, de sencillez, de sinceridad, su respiración hacia que el deseo de
él aumentara por segundos, el dolor era agudo, no podía resistirse, una fuerza
extraña, tentadora y mortífera se apoderaba de él, no podía evitarlo, todo su
ser se entregó al demonio. Se iba acercando cada vez más a la gentil dama
dormida, su corazón estaba ardiendo, ahora ya no podía liberarse de las cadenas
de hierro, fuertes e irrompibles que lo ligaban incondicionalmente al pecado. “Esta
noche me apoderare de tu ser, de tu esencia”, estos eran los pensamientos que
resonaban con fuerza en el interior del chico, que ya había perdido todo
control, no le importaba nada, sus ojos estaban observando fijamente los labios
de ella, hasta que se unieron en un dulce beso, magia y deseo corrían en la
sangre de él, quería que la esencia de ella quedara invadida por la suya.
Emily se despertó
agitada, había tenido una pesadilla, miró a su alrededor, se encontraba al
comedor, se había quedado dormida allí después de estar horas buscando el
colgante, se sentía estúpida ¿Cómo le podía dar tanta importancia a un objeto
que había sido regalado por alguien que ahora solo la ignoraba, que le hacía
daño? Pero, con indignación, aceptó que ese mismo inútil era el causante de sus
noches sin dormir, era quien ocupaba su mente la mayor parte del día y sobre
todo hacía que ella delirara intensamente por él. En su corazón sentía
dolorosas punzadas, amor prohibido, eso era lo que se le pasaba por su mente,
pero ¿Quién decide lo que está prohibido o no en este mundo? Dejo ir un suspiro
de desesperación, ya no sabía cómo actuar o que pensar, era como una especie de
individuo sin vida vagueando por un mundo sin sentido. Poco a poco la tierna
chica se iba despertando, y empezando a darse cuenta de la situación en que se
encontraba, se quedó paralizada, sin palabras, ahora su mente estaba en blanco,
allí a su lado, abrazándola, se encontraba el dueño de su pequeño y diminuto
corazón que ahora latía con fuerza, notaba su respiración tan cerca que la
dejaba sin aliento, y entonces el silencio que rengaba en esa casa desapareció
con el tímido pero amable susurro que su hermano le regalo. Emily se ruborizo,
quería huir de allí, y al mismo tiempo deseaba permanecer en los brazos de ese
bello chico.
El ambiente estaba
calmado, dos almas se encontraban unidas por un deseo prohibido, susurros y
risas jugueteaban en el salón de la casa, ella observaba detenidamente
cualquier gesto que hacia su hermano, y él se limitaba a acariciar su pelo y
sus mejillas rojizas. Las miradas de los dos cada vez se hacían más intensas,
cada vez se veía con más claridad lo que en realidad estaban buscando. Alan
fijo sus ojos en el rostro de ella, que linda se veía, tan sonrojada, que
hermosa, el impulso de correr baño su conciencia, dejando atrás a la bella
chica, pero no quería, ya había caído en la tentación, ya no le serviría de
nada actuar tal y como lo había hecho estos últimos años, quería continuar
abrazándola y susurrándole palabras dulces.
Él acerco su rostro al de
ella, Emily se ruborizó aún más. Unos
segundos más tarde en esa habitación dos personas estaban sumergidas en un beso
mágico, apasionado, prohibido, el pecado ya se había cometido por segunda vez,
pero ahora los testimonios eran las dos almas ardientes. Emily sentía como el
deseo se apoderaba de ella rápidamente, no tenía tiempo para pensar ni
retroceder, estaba allí besándose con él, con Alan, su amado, no le importaba
el hecho de ser hermanos, su corazón estaba acelerado, le costaba respirar, una
calidez invadía todo su cuerpo, con sus frágiles y delicados brazos rodeo el
cuello de él con el intento de transmitirle ese sentimiento que se acumulaba
desde hace tiempo, que crecía y aumentaba en su interior, le quería hacer
llegar la voz de su corazón que decía: Recibe
mi regalo.
Mientras tanto a fuera,
en la calle, reinaba el sonido de las campanas de la vieja iglesia, el frio
invadía toda la oscura y solitaria ciudad. La brisa rozaba la piel blanca de la
chica del pelo azulado, estaba sentada, escuchando atentamente el sonido de las
campanas que hacían que esa ciudad recobrara la vida por unos segundos
intensos. Tenía los ojos cerrados y en su mente transcurrían lentamente cada
uno de los recuerdos de aquellos días en que ella era feliz, cuando jugueteaba
ingenuamente y alegremente con aquel chico que quedó grabado en su corazón,
esos recuerdos eran como un veneno mortal para ella, nunca ha podido deshacerse
de ellos, y una esperanza irreal hacia que tuviera la ilusión que el día menos
esperado lo reencontrara, pero a sí misma se decía “estúpida ingenua”. Abrió
lentamente sus ojos y fijo la mirada en ese cielo oscuro e inmenso, atraído por
la luz de la luna y bañado por estrellas parpadeantes, seguramente él se
encontrara, al igual que ella, allí debajo, eran dos individuos separados por
el cruel destino, suspiró, y pensó
“Algún día”.
CONTINUARÁ...